LAS TORRES
I A las torres asesinadas
Una canción: salida al vertedero
y
dentro el mar quedó, retorcido elemento,
a
la espalda última, receloso y oscuro.
¡Tanto silencio dejó luego el espanto!
¡Tanto salivazo suyo al ojo del hombre!
El
último letargo despierta como sonámbulo
y
deambula por el ancho circo de los escarabajos,
con
sus fracs pisoteados y el vomitado blanco
de
la sangre de pus en la armadura negra.
Las
horas maduras de las zarzamoras
entre polvos ofrecen generosos racimos
pero la boca sigue el pegajoso hilo
de
la lágrima abundante.
Estamos hartos de estar solos, sin luz,
hartos de soledad soliviantada por los versos,
lo
nuestro no es de guerras, sino de toquecitos en la
espalda,
aire contra el aire, al anfiteatro vacío
llega el fétido silencio de los pedos dejados
y
poca cosa más, aún los sueños son conformistas
y
reposados y el pensamiento corregido.
Silencio, escucha como un hilillo del profundo mar,
que
se hunde a lo más profundo...
que
todavía nos suene el hombre,
existe el hombre que pasa y pisa y da pavor,
infunde más temor que los dioses.
I I Las torres por levantar
La
roja tendencia de los vinos,
los
brillantes racimos de las uvas rojas
cayendo por los labios con avidez de sangre,
hundiéndose en las entrañas con efímeros calores.
Oh
locura de la razón hermosa, llena de vientos,
frescos y limpios paisajes inocentes,
recién bajados de los cielos,
recién amanecidos, como estrellas jóvenes,
de
intacta y poderosa juventud
¡Llena mis ansias y bésame con tus manos,
por mi cuerpo desnudo!
He
ahí la luz, entre la sábana,
desde una ventana abierta,
el
tiempo quedó atrás, lo nuevo abre
un
cielo poderoso.
Como moza que despierta en la mañana
y
alegre encuentra a su amado y lo acaricia.
Como caricia de mujer enamorada siento
la
oronda plenitud de la palabra.
Doradas uvas de incontable número,
a
racimos, la plenitud no mustia
y
se expande delicadamente por los cielos.
La
mágica magnitud se ha ensanchado
y
en las copas cálidas ha vertido
los
amorosos pensamientos.
Convida amor al mágico deseo de bien,
el
tiempo nunca huyó en desbandada,
como vino escanciado, sobreabundó y su suelta
cubrió las alegres ropas y los suelos lo pisaron.
A
veces los recuerdos
a
las arrugadas carnes devuelven su apresto;
a
veces las palabras se riegan con los versos,
¡Oh
tierra virginal, dorado surco
por
donde mañana pisaré más joven!
Los
vientos calientes parecen frescos
a
las mojadas carnes,
alivio traen de las espigas dobladas,
olor de los pequeños mundos polvorientos
que
con el sol brillan multitud de soles.
Alas del aire, manos que juegan
Y
entre las sombras,
el
claro sonar de las viejas aguas
que
cantan nuevas
su
buen día a día y trajinar de los insectos.
¡Oh
pequeñez qué bien ensanchas tu canto!
III
El pasado será de nuevo
quemado
y condenado al silencio
por inidóneo, nocivo y
pesado.
Sobre todo por pesado.
IV Torre del oro
El niño de los ojos azules,
brillantes, como piedras
preciosas,
en la cabeza grande, su
mirada feroz
de león asomado al espejo
del hombre.
Horror oscuro de la noche
mortecina,
filigranas del hierro y de
los atunes azules,
patio sobre patio, jardines
desocupados,
resudada en vino y recriada
en perros.
-
Oh muerte cruel, aquí cambiaste
mi romero verde y perfumado
por el acre orín de tus becerros;
la bella luz dorada, salida de los bronces
por la azada mustia de tus hierros.
-
Oh esplendor que sucio corres
por las calles escupidas de la noche,
viento bebedor de azabache,
mugrienta mano que esconde,
mano sobre mano,
su inútil pié doblado pobremente.
Quieran la patria chica y sus corderos
volver de nuevo a ti su semental mirada;
si ahora te ha sonreído, aunque esquiva,
te regale luego contarte entre sus hijas.
Puede que el fatal lazo atormentado
conque le aprietan los dos brazos de tu río,
la sombra hinche de su dorada torre;
sesgue las risas y las risotas, te hunda cuchillos
que brillen como peces entre las ondas,
y luego den al mar esquilmado de la América,
que es el morir,
y al más opuesto siempre de la España
que lo es de broma.
Filigrana de la ironía, puntiaguda y esbelta,
farolillo que enciende aires suaves,
luz derramada en ásperos limones,
mullido colchón de la casa solariega,
traspié de la gratuidad, espacio ancho
lleno de sabiduría y dicharachero.
Volveré un día a sestear en tu valle,
hundiré mi cabellera en los pudrideros
hacia el suave río. Beberé en agrado
los blandos oasis de tus desiertos.
Puerto de los rincones sucios, flor asombrada,
noche perpetua a tu luna encadenada,
encaje sobre el encaje, coquetería adornada,
como alfanje de oro en
medio de la palabra.
V Campanario
Dong...
La enorme campana levanta
la enrevesada ciudad a sus
espaldas,
llega redonda y verde a la
campiña plana,
Dong ...
sacude honda la frialdad de
las fuentes
y resquebraja las
hendiduras en las ventanas
de las fracturadas fachadas
y las vidrieras rotas.
Dong...
Paz también para allanar
los ruidos
y estallar sobre la tierra,
templada y hueca,
como dicen que un día
estalló el universo,
Dong...
debajo del silencio, la
oscura paz del infinito,
con su velada mano para
tocar su piel,
como un alivio para soñar
sus sueños.
Dong...
VI
Si luego dulce la calma
llegó a tu sueño,
y el lago antiguo llegó
hasta
tus rocas,
¿qué sonido no fue tuyo
paloma mía,
tan ligera y sutil como el
sencillo cisne?
¿qué fuente nueva no nació
antigua
ni borboteó segura y
plácida, olvidada en tus parajes?.
Necedad del silencio que
acumuló la tarde,
si torpe calló- nada es más
torpe que el silencio injusto-
la noche lo envolvió
después en su elegante tul.
Frialdad de la soledad, sin
razón, sin carne,
mustia espera de la palabra
de vuelta.
Palabra por la palabra,
decir por ecos,
que rotos suenan contra las
rocas y falsos
vuelan en un sentido y en
otro. Sólo son voces
de un cerebro partido,
seguramente más roto que ellos,
silencio...
esa sencilla raya en que se
acaba el cuento.
No más mentir con aladas
musas misteriosas,
ni acumular sobre los vivos
el doblado peso de los muertos:
Como esas enfermedades
larvadas por los siglos,
bobada a bobada se
cumplimentó el canto;
como esos males que
enferman de otros males
se corrompió el sentido
único de la verdad.
VII Torres de poesía
Que pasen las altas torres
cubiertas de cristales,
si no se oye el son de sus
antiguas campanas,
puede que nadie haya oído
sus antiguas canciones
que entonaron sus
muchachas,
ni se han borrado las
huellas que las pisotearon.
Son torres poéticas,
¿Por qué se insistirá en
llamar poético a lo Inexistente?
Son torres viejas,
feudales, seguro que italianas,
gustan de atravesar los
tiempos entre andando y volando,
andan como si volaran o
vuelan como si anduvieran;
no están hechas para mirar
de arriba a abajo,
Antiguamente alguien las
comparó a una llave invertida,
como antiguas llaves de
castillo, silenciosas
para abrir el cielo. Pero
seguramente exageraron los poetas.
Exageraron también sobre su
altura, demasiado altas,
y en su volatilidad sobre
los planos medios.
Están perdidas
en los anales de la
historia. Seguramente de vuelta.
¡Nadie tampoco pudo llegar
a sus profundos pies,
hundidos en el barro,
unidos a la tierra!.
VIII
Me erguiré como un duro
roble,
que es árbol al que nunca
tuve oportunidad de conocer,
y es palabra antigua y
conocida,
y puede que ese día no
necesite más de otra palabra,
argumento que siempre
escapa y languidece.
Pues si de ella tuve un
halago fue como un rumor
que de un cercano bosque
del alma movió unas hojas,
como estrépito que desde
otro lado suena,
y si de esta forma se
entretuvo mi cuerpo
fue sólo manera de
ensimismarme sólo;
IX
El artilugio humano
llamado la palabra
no deja de ser simplemente
una herramienta.
X
Recogeré aquellos claveles
rojos en un ramo,
y el ruido claro de su agua
si se mueve;
el sincero calor del sol
que da en mi carne,
y el dulce halago de los
sueños,
un suave despertar.
Todo aquello que es la vida
y nos enaltece,
desde la cuna en nuestra
unicidad.
Porque hay hijos de puta
con sus muertos
que los anteponen a nuestra
esencia,
nos echan el peso insecular
del pasado
y algunos nos sacrificarían
por sus muertos
Nada hay más interesante
que la enorme grandeza
encerrada en un niño, al
lado del campo.
No existen infinitos más
próximos, ni más intrincadas fórmulas,
que los ignorantes reducen
a sus esquemas de escaparate.
Siempre por debajo de la
realidad sufriente,
siempre su traje mal
cortado para el hombre.
También la ignorancia
pervive al genio humano
y como una mala acequia
hace sucumbir los sueños
con pestilencias y oscuros
remolinos.
Nos fijamos muchas veces en
lo triste que es la pobreza,
qué pocas veces nos
acordamos de la tristeza del desamor,
y que no es menos cruel.
XI
Dulce surco la vida
derramada,
cerrando siempre la puerta,
bajando
de perfil, cuidadosamente,
los peldaños;
oh dulce e inacabable azul
del rojo cerro,
las mismas nubes bajas,
como huidas,
y las manos unidas a su
piel rosada.
También la noche, su
brillante sonar de bicicleta,
camino en un vuelo de
alegres hoyas,
y en el parado reloj que
quedó inservible
en la hora redonda de su
Infinito Grande.
Todo corre, a tropel, en
torno a lo mismo
y dispone los paseos y las
calles con prisas repetidas.
Como sombras las figuras
parecen evocadas
y se confunden los paisajes
con los hombres.
¿Qué es voluntad, entonces,
si no es mirada
exactamente a lo que
queremos mirar?
¿Y la alegría y la
felicidad no es el tintineo
de unas monedas contra
otras en los bolsillos?
Más allá de literarios y de
altos álamos,
de los ruidos de los
vientos que desfilan y se abajan
en los compases de aguas de
dulce catadura,
o del hermoso vientre
echado a nuestro amor
en la recordada tarde de un
verano,
la vida es matemática
sencilla, repetida,
de escaso número, en un
portal abierto
la claraboya iluminada de
la puerta,
y dentro un patio reflejado
en nuestro espejo,
de otro patio más patio,
sin espejos.
XII
Cuando la doblada camisa se
hunda del todo en el armario,
llamadme con un nombre
repleto de rocío,
como una calle húmeda, con
el olor de otoño;
traed canastos llenos de
piedras muy mojadas,
y habladme con sus musgos y
sus rayos insonoros,
traedme un cuadro roto,
lleno de lisuras,
y peródicos pasados ¡con
sus noticias nuevas!
para tocar el hombro de la
ciudad que amé,
una sombrilla cerrada, que
ya no habrán más soles
y podréis decir su nombre
sin que me hagáis llorar.
El verdadero amor nunca
nació en nosotros,
ni habló nuestro lenguaje,
sino el más contrario.
No nos sonrió, ni se gustó
mirándonos,
ni fue río, ni mar, ni
calor, ni asombro.
El verdadero amor, como
inexistente,
siempre estuvo a nuestro
lado.
.
XIII
Sentado en la acera de la
ciudad que amé,
el ronco son de su trajín
antiguo,
por mi pecho corre y me
llena de amor.
Miro sus palomas,
corriendo cortos círculos,
aletean con ventajas sus
empujes amorosos
como la sierra cercana de
la ciudad que amé.
Miro sus balcones poblados
de macetas,
los paisajes encendidos de
la misma ciudad.
Miro también su soledad, su
cueva angosta.
La vida se nos fue por un
camino ajeno,
y si nos fuimos ajenos en
pensamientos propios,
la verdad nos retira su
mano despreciada.
XIV
La gota densa del cielo
cae,
sobre la fuente, más gotas
caen
se llena el aire de esferas
voladoras,
a un paso el rio antiguo y
vagabundo,
felizmente cantado por su
poeta bueno,
corre con sus pasitos,
repletos de esas gotas
densas, como de plomo, de
vuelos sin ideas,
Enaguas de tormenta en un
cielo raído,
ya luz, luz sin luz,
extrañamente bella
para la noche que empieza a
punto de acabar.
¡Ay, tanto mirar a lo
alto!;
atrás volver los rostros de
su mirada eterna;
día a día consumida, la
vida era nuestra,
y extasiados por ti de tu
nombre fuimos llenos,
y acabamos por ti
completamente muertos.
Y soledad, mi cuñada,
posada en el alféizar,
recogida de culo,
conformada en sus hombros,
mirando en la ventana a tu
vega indecible,
desde la composición irreal
de una hora compleja
con su día goteado y
densado de azul.
El sonrojado sol te colorea
de vieja,
como un áspero acorde de
torres inacabadas
tu antigua catedral al otro
lado suena,
en tus entrañas un hombre,
huido de su carne,
como un humo oscuro, choca
entre tus calles,
del color de tus tapias y
de tus antiguas aceras.
La tarde se entumece, se
asorda atormentada.
XV
Cerrado el libro azul,
tapiado el sello,
un oscuro velo aún te
envuelve,
y abre y acaba tu parloteo
de las fuentes insaciables
de tus bosques.
Tú, ya sin nombre, en la
cárcel huida
enaltecida y blanca
subiendo
en quebrados vuelos hacia
la noche,
con el rostro frío de la
enamorada.
.
A tus espaldas muero,
también de amor uno se
muere o vive, no lo sé.
A tu puerta le llevo
la mano íntima de mi cuerpo
y toco tus caderas, anchas
y perfumadas,
tus blancos senos duros y
diminutos,
los miles de tus ríos me
suben por el cuerpo,
escucho los visibles
rumores de tus vientos,
tu voz tan clara y joven
de porcelana niña;
bajando en tus paredes los
desvestidos muros,
perdido en ti, ay si
quedara
como esos antiguos muros,
nacido y muerto.
XVI
Por el monte bajo y
quebrado,
quebrado sube un sendero
de olivos y de cipreses
viejos.
Un aire grave en meneos
de nostalgias inmortales,
se turba en el cementerio.
Entre tumbas solitarias,
llenas de flores de muertos
se muere la muerte enmedio.
-Oh céfiro de la noche
oye el grito y el lamento
de mi hermana soledad.
-Oh záfiro, el temible,
de denso cristal, no guiñes
con sombras su eternidad.
La Luna, clara y muy
cónica,
desde su cumbre empañada
baja una mano redonda.
Lazos de piedra desata
el movimiento, no deja,
nunca, de romper lo roto.
Apretado, cierro el puño
y me llega desde nada
un nudo de amargas
lágrimas.
También los mortales a
veces tenemos sentimientos
y lloramos a los muertos
con tristeza,
pues la bondad regresa con
sutil nostalgia
y el dolor desde la
tragedia es lo único que nos queda.
XVII
El aire de la volandera
parece girar parado,
al lado de una fuente
inútil
que malsuena sin agua,
mojadas están unas
cerezas,
abajadas desde un árbol,
recién caído del sol,
seguramente colgado
en una esquina cualquiera;
le sigue un sendero alto
de un alto cerro encumbrado
que nunca fue dibujado.
Hay en el aire, pictórico,
cierto olor avinagrado
o de la tierra llovida,
recientemente secada,
cuando desde una puerta,
entreabierta,
se escucha una canción de
párvulos
con rojos bordados de rosas
y baberos totalmente
babeados.
XVIII
Si inmensidad, si
eternidad
si lo bueno y mejor e
inaudible.
la flor y los prodigios
poderosos,
dejaran fuera, volando al
infinito, radiantes,
su hermosa luz vencida y
vencedora;
si al calor de la bruma del
verano
el perfume como hedor
hubiera huido
como mano que nos deja,
de su sueño inacabado.
el hombre pierde
su sentido de ser hombre en
soledad, no hay duda,
vivir también es estar en
el reloj de la carne,
como un piar desafiante de
los pájaros,
como lo grande se desborda
inexistente,
si el rellano azul, no
fuera,
ni río, ni cristal, ni
bruma,
no fuera ser, ni cumbre, ni
llamada
y la paz en el bolsillo nos
sonara
como moneda de gorrión de
tarde en tarde,
en soledad,¡ qué blandos
lechos
dibujó el solitario dedo de
la noche!
patio granadino, pequeño y
blanco,
claraboya iridiscente, el
filodendro juega
a mover sus sombras
despacio.
XIX
Alas acariciadoras,
perfiles huidos
hacia el centro del alma,
los ojos ensoñados
y el dulce eco aún en la
palabra
del beso sobre tu beso,
adornos
de la ternura, de la carne
amada.
Ya el fulgor la oscura
noche lo desarma,
y a los antiguos fantasmas
desbarata,
derruidos sus castillos
entre sombras,
irrumpe, poderoso, el
rosicler de la mañana,
Dejadme estar leyendo en su
mirada,
volar el alto vuelo del
deseo,
sin nada que me importe ni
que se acabe,
enteramente entregado a la
belleza,
de la palabra por la
palabra.
XX
” A J. Brell”
Las manos se te han borrado
como herramientas del amor
y de los pecados.
Noria de tu amor, noria de
tu sangre
que veloz corría en tus
venas enredada
Ay soledad, qué rastro
oscuro deja
el sabor transparente de
los puertos.
todo ha acabado. O todo
recomienza
Otra vez gira la rueda,
¡tu silencio desbordado,
¡¡ Deprisa, deprisa!!
o mucho más despacio,
¡Gira!, ¡Gira!
Recién se ha parado.
fin
Madrid 6 de Abril de 2002
©TORRES MORENILLA
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