JOSÉ MARÍA TORRES MORENILLA

 

 

 

 

 

 

   

        

 

                       LAS TORRES

 

 

 

I A las torres asesinadas

 

 Una canción: salida al vertedero

y dentro el  mar quedó, retorcido elemento,

a la espalda última, receloso y oscuro.

¡Tanto silencio dejó luego el espanto!

¡Tanto salivazo suyo al ojo del hombre!

 

El último letargo despierta como sonámbulo

y deambula por el ancho circo de los escarabajos,

con sus fracs pisoteados y el vomitado blanco

de la sangre de pus en la armadura negra.

 

Las horas maduras de las zarzamoras

entre polvos ofrecen generosos racimos

pero la boca sigue el pegajoso hilo

de la lágrima abundante.

 

Estamos hartos de estar solos, sin luz,

hartos de soledad soliviantada por los versos,

lo nuestro no es de guerras, sino de toquecitos en la espalda,

aire contra el aire, al anfiteatro vacío

llega el fétido silencio de los pedos dejados

y poca cosa más, aún los sueños son conformistas

y reposados y el pensamiento corregido.

 

Silencio, escucha como un hilillo del profundo mar,

que se hunde a lo más profundo...

que todavía nos suene el hombre,

existe el hombre que pasa y pisa y da pavor,

infunde más temor que los dioses.

  

 

 

 

I I Las torres por levantar

 

 La roja tendencia de los vinos,

los brillantes racimos de las uvas rojas

cayendo por los labios con avidez de sangre,

hundiéndose en las entrañas con efímeros calores.

 

Oh locura de la razón hermosa, llena de vientos,

frescos y limpios paisajes inocentes,

recién bajados de los cielos,

recién amanecidos, como estrellas jóvenes,

de intacta y poderosa juventud

¡Llena mis ansias y bésame con tus manos,

 por mi cuerpo desnudo!

 

He ahí la luz, entre la sábana,

desde una ventana abierta,

el tiempo quedó atrás, lo nuevo abre

un cielo poderoso.

 

Como moza que despierta en la mañana

y alegre encuentra a su amado y lo acaricia.

Como caricia de mujer enamorada siento

la oronda plenitud de la palabra.

Doradas uvas de incontable número,

a racimos, la plenitud no mustia

y se expande delicadamente por los cielos.

La mágica magnitud se ha ensanchado

y en las copas cálidas ha vertido

los amorosos pensamientos.

 

Convida amor al mágico deseo de bien,

el tiempo nunca huyó en desbandada,

como vino escanciado, sobreabundó y su suelta

cubrió las alegres ropas y los suelos lo pisaron.

 

A veces los recuerdos

a las arrugadas carnes devuelven su apresto;

a veces las palabras se riegan con los versos,

¡Oh tierra virginal, dorado surco

por donde mañana pisaré más joven!

 

Los vientos calientes  parecen frescos

a las mojadas carnes,

alivio traen de las espigas dobladas,

olor de los pequeños mundos polvorientos

que con el sol brillan  multitud de soles.

Alas del aire, manos que juegan

Y entre las sombras,

el claro sonar de las viejas aguas

que cantan nuevas

su buen día a día y trajinar de los insectos.

 

¡Oh pequeñez qué bien ensanchas tu canto!

 

 

 

 

 

III

 

El pasado será de nuevo quemado

y condenado al silencio

por inidóneo, nocivo y pesado.

Sobre todo por pesado.

 

 

 

 

 IV Torre del oro

 

El niño de los ojos azules,

brillantes, como piedras preciosas,

en la cabeza grande, su mirada feroz

de león asomado al espejo del hombre.

Horror oscuro de la noche mortecina,

filigranas del hierro y de los atunes azules,

patio sobre patio, jardines desocupados,

resudada en vino y recriada en perros.

 

-         Oh muerte cruel, aquí cambiaste

mi romero verde y perfumado

por el acre orín de tus becerros;

la bella luz dorada, salida de los bronces

por la azada mustia de tus hierros.

 

-         Oh esplendor que sucio corres

por las calles escupidas de la noche,

viento bebedor de azabache,

mugrienta mano que esconde,

mano sobre mano,

su inútil pié doblado pobremente.

 

Quieran la patria chica y sus corderos

volver de nuevo a ti su semental mirada;

si ahora te ha sonreído, aunque esquiva,

te regale luego contarte entre sus hijas.

Puede que el fatal lazo atormentado

conque le aprietan los dos brazos de tu río,

la sombra hinche de su dorada torre;

sesgue las risas y las risotas, te hunda cuchillos

que brillen como peces entre las ondas,

y luego den al mar esquilmado de la  América,

que es el morir,

y al  más opuesto siempre de la España

que lo es de broma.

 

Filigrana de la ironía, puntiaguda y esbelta,

farolillo que enciende aires suaves,

luz derramada en ásperos limones,

mullido colchón de la casa solariega,

traspié de la gratuidad, espacio ancho

lleno de sabiduría y dicharachero.

 

Volveré un día a sestear en tu valle,

hundiré mi cabellera en los pudrideros

hacia el suave río. Beberé en agrado

los blandos oasis de tus desiertos.

Puerto de los rincones sucios, flor asombrada,

noche perpetua a tu luna encadenada,

encaje sobre el encaje, coquetería adornada,

como alfanje de oro en medio de la palabra.

 

 

 

 

 

V Campanario

 

Dong...

La enorme campana levanta

la enrevesada ciudad a sus espaldas,

llega redonda y verde a la campiña plana,

Dong ...

sacude honda la frialdad de las fuentes

y resquebraja las hendiduras en las ventanas

de las fracturadas fachadas y las vidrieras rotas.

Dong...

Paz también para allanar los ruidos

y estallar sobre la tierra, templada y hueca,

como dicen que un día estalló el universo,

Dong...

debajo del silencio, la oscura paz del infinito,

con su velada mano para tocar su piel,

como un alivio para soñar sus sueños.

Dong...

 

 

 

 

 VI

 

Si luego dulce la calma llegó a tu sueño,

y el lago antiguo llegó hasta tus rocas,

¿qué sonido no fue tuyo paloma mía,

tan ligera y sutil como el sencillo cisne?

¿qué fuente nueva no nació antigua

ni borboteó segura y plácida, olvidada en tus parajes?.

 

Necedad del silencio que acumuló la tarde,

si torpe calló- nada es más torpe que el silencio injusto-

la noche lo envolvió después en su elegante tul.

Frialdad de la soledad, sin razón, sin carne,

mustia espera de la palabra de vuelta.

Palabra por la palabra, decir por ecos,

que rotos suenan contra las rocas y falsos

vuelan en un sentido y en otro. Sólo son voces

de un cerebro partido, seguramente más roto que ellos,

silencio...

esa sencilla raya en que se acaba el cuento.

 

No más mentir con aladas musas misteriosas,

ni acumular sobre los vivos el doblado peso de los muertos:

 

Como esas enfermedades larvadas por los siglos,

bobada a bobada se cumplimentó el canto;

como esos males que enferman de otros males

se corrompió el sentido único de la verdad.

 

 

 

 

 VII Torres de poesía

 

Que pasen las altas torres cubiertas de cristales,

si no se oye el son de sus antiguas campanas,

puede que nadie haya oído sus antiguas canciones

que entonaron sus muchachas,

ni se han borrado las huellas que las pisotearon.

 

Son torres poéticas,

¿Por qué se insistirá en llamar poético a lo Inexistente?

Son torres viejas, feudales, seguro que italianas,

gustan de atravesar los tiempos entre andando y volando,

andan como si volaran o vuelan como si anduvieran;

no están hechas para mirar de arriba a abajo,

 

Antiguamente alguien las comparó a una llave invertida,

como antiguas llaves de castillo, silenciosas

para abrir el cielo. Pero seguramente exageraron los poetas.

Exageraron también sobre su altura, demasiado altas,

y en su volatilidad sobre los planos medios.

 

Están perdidas

en los anales de la historia. Seguramente de vuelta.

¡Nadie tampoco pudo llegar a sus profundos pies,

hundidos en el barro, unidos a la tierra!.

 

 

 

 

 VIII

 

Me erguiré como un duro roble,

que es árbol al que nunca tuve oportunidad de conocer,

y es palabra antigua y conocida,

y puede que ese día no necesite más de otra palabra,

argumento que siempre escapa y languidece.

 

Pues si de ella tuve un halago fue como un rumor

que de un cercano bosque del alma movió unas hojas,

como estrépito que desde otro lado suena,

y si de esta forma se entretuvo mi cuerpo

fue sólo manera de ensimismarme sólo;

 

 

 

 

 IX

 

 El artilugio humano llamado la palabra

no deja de ser simplemente una herramienta.

 

 

 

 

 

 X

 

Recogeré aquellos claveles rojos  en un  ramo,

y el ruido claro de su agua si se mueve;

el sincero calor del sol que da en mi carne,

y el dulce halago de los sueños,

un suave despertar.

 

Todo aquello que es la vida y nos enaltece,

desde la cuna en nuestra unicidad.

Porque hay hijos de puta con sus muertos

que los anteponen a nuestra esencia,

nos echan el peso insecular del pasado

y algunos nos sacrificarían por sus muertos

 

 

Nada hay más interesante que la enorme grandeza

encerrada en un niño, al lado del campo.

No existen infinitos más próximos, ni más intrincadas fórmulas,

que los ignorantes reducen a sus esquemas de escaparate.

Siempre por debajo de la realidad sufriente,

siempre su traje mal cortado para el hombre.

 

También la ignorancia pervive al genio humano

y como una mala acequia hace sucumbir los sueños

con pestilencias y oscuros remolinos.

 

Nos fijamos muchas veces en lo triste que es la pobreza,

qué pocas veces nos acordamos de la tristeza del desamor,

y que no es menos cruel.

 

 

 

 

XI

 

 Dulce surco la vida derramada,

cerrando siempre la puerta, bajando

de perfil, cuidadosamente, los peldaños;

oh dulce e inacabable azul del rojo cerro,

las mismas nubes bajas, como huidas,

y las manos unidas a su piel rosada.

 

También la noche, su brillante sonar de bicicleta,

 camino en un vuelo de alegres hoyas,

 y en el parado reloj  que quedó inservible

 en la  hora redonda de su Infinito Grande.

 

Todo corre, a tropel, en torno a lo mismo

y dispone los paseos y las calles con prisas repetidas.

Como sombras las figuras parecen evocadas

y se confunden los paisajes con los hombres.

 

¿Qué es voluntad, entonces, si no es mirada

exactamente  a lo que queremos mirar?

¿Y  la alegría y la felicidad no es el tintineo

de unas monedas contra otras en los bolsillos?

 

Más allá de literarios y de altos álamos,

de los ruidos de los vientos que desfilan y se abajan

en los compases de aguas de dulce catadura,

o del hermoso vientre echado a nuestro amor

en la recordada tarde de un verano,

la vida es matemática sencilla, repetida,

de escaso número, en un portal abierto

la claraboya iluminada de la puerta,

y dentro un patio reflejado en nuestro espejo,

de otro patio más patio, sin espejos.

 

 

 

 

 XII

 

Cuando la doblada camisa se hunda del todo en el armario,

llamadme con un nombre repleto de rocío,

como una calle húmeda, con el olor de otoño;

traed canastos llenos de piedras muy mojadas,

y habladme con sus musgos y sus rayos insonoros,

traedme un cuadro roto, lleno de lisuras,

y peródicos pasados ¡con sus noticias nuevas!

para tocar el hombro de la ciudad que amé,

una sombrilla cerrada, que ya no habrán más soles

y podréis decir  su nombre sin que me hagáis llorar.

 

 

El verdadero amor nunca nació en nosotros,

ni habló nuestro lenguaje, sino el más contrario.

No nos sonrió, ni se gustó mirándonos,

ni fue río, ni mar, ni calor, ni asombro.

El verdadero amor, como inexistente,

siempre estuvo a nuestro lado.

 

.

 

 

XIII

 

Sentado en la acera de la ciudad que amé,

el ronco son de su trajín antiguo,

por mi pecho corre y me llena de amor.

 

Miro sus  palomas, corriendo cortos círculos,

aletean con ventajas sus empujes amorosos

como la sierra cercana de la ciudad que amé.

 

Miro sus balcones poblados de macetas,

los paisajes encendidos de la misma ciudad.

Miro también su soledad, su cueva angosta.

 

La vida se nos fue por un camino ajeno,

y si nos fuimos ajenos en pensamientos propios,

la verdad nos retira su mano despreciada.

 

 

 

 

 XIV

  

La gota densa del cielo cae,

sobre la fuente, más gotas caen

se llena el aire de esferas voladoras,

a un paso el rio antiguo y vagabundo,

felizmente cantado por su poeta bueno,

corre con sus pasitos, repletos de esas gotas

densas, como de plomo, de vuelos sin ideas,

Enaguas de tormenta en un cielo raído,

ya luz,  luz sin luz, extrañamente bella

para la noche que empieza a punto de acabar.

 

¡Ay, tanto mirar a lo alto!;

atrás volver los rostros de su mirada eterna;

día a día consumida, la vida era nuestra,

y extasiados por ti de tu nombre fuimos llenos,

y acabamos por ti completamente muertos.

 

Y soledad, mi  cuñada, posada en el alféizar,

recogida de culo, conformada en sus hombros,

mirando en la ventana a tu vega indecible,

desde la composición irreal de una hora compleja

con su día goteado y densado de azul.

 

El sonrojado sol te colorea de vieja,

como un áspero acorde de torres inacabadas

tu antigua catedral al otro lado suena,

en tus entrañas un hombre, huido de su carne,

como un humo oscuro, choca entre tus calles,

del color de tus tapias y de tus antiguas aceras.

 

La tarde se entumece, se asorda atormentada.

 

 

 

 

 XV

 

 Cerrado el libro azul, tapiado el sello,

un oscuro velo aún te envuelve,

y abre y acaba tu parloteo

de las fuentes insaciables de tus bosques.

 

Tú, ya sin nombre, en la cárcel huida

enaltecida y blanca subiendo

en quebrados vuelos hacia la noche,

con el rostro frío de la enamorada.

.

 

A tus espaldas muero,

también de amor uno se muere o vive, no lo sé.

A tu puerta le llevo

la mano íntima de mi cuerpo

y toco tus caderas, anchas y perfumadas,

tus blancos senos duros y diminutos,

los miles de tus ríos me suben por el cuerpo,

escucho los visibles rumores de tus vientos,

tu voz tan clara  y joven de porcelana niña;

bajando en tus paredes los desvestidos muros,

perdido en ti, ay si quedara

como  esos antiguos muros, nacido y muerto.

 

 

 

 

XVI

 

 

Por el monte bajo y quebrado,

quebrado sube un sendero

de olivos y de cipreses viejos.

 

Un aire grave en meneos

de nostalgias inmortales,

se turba en el cementerio.

 

Entre tumbas solitarias,

llenas de flores de muertos

se muere la muerte enmedio.

 

-Oh céfiro de la noche

oye el grito y el lamento

de mi hermana soledad.

 

-Oh záfiro, el temible,

de denso cristal, no guiñes

con sombras su eternidad.

 

 

La Luna, clara y muy cónica,

desde su cumbre empañada

baja una mano redonda.

 

 

Lazos  de piedra desata

el movimiento, no deja,

nunca, de romper lo roto.

 

 

Apretado, cierro el puño

y me llega desde nada

un nudo de amargas lágrimas.

 

 

También los mortales a veces tenemos sentimientos

y lloramos a los muertos con tristeza,

pues la bondad regresa con sutil nostalgia

y el dolor desde la tragedia es lo único que nos queda.

 

 

 

 

 XVII

  

El aire de la volandera

parece girar parado,

al lado de una fuente inútil

que malsuena sin agua,

mojadas están unas  cerezas,

abajadas desde un árbol,

recién caído del sol,

seguramente colgado

en una esquina cualquiera;

le sigue un sendero alto

de un alto cerro encumbrado

que nunca fue dibujado.

 

Hay en el aire, pictórico, cierto olor avinagrado

o de la tierra llovida, recientemente secada,

cuando desde una puerta, entreabierta,

se escucha una canción de párvulos

con rojos bordados de rosas

y baberos totalmente babeados.

 

 

 

 

XVIII

 

 Si inmensidad, si eternidad

si lo bueno y mejor e inaudible.

la flor y los prodigios poderosos,

dejaran fuera, volando al infinito, radiantes,

su hermosa luz vencida y vencedora;

 

si al calor de la bruma del verano

el perfume como hedor hubiera huido

como mano que nos deja,

de su sueño inacabado.

 

el hombre pierde

su sentido de ser hombre en soledad, no hay duda,

vivir también es estar en el reloj de la carne,

como un piar desafiante de los pájaros,

como lo grande se desborda inexistente,

 

si el rellano azul, no fuera,

ni río, ni cristal, ni bruma,

no fuera ser, ni cumbre, ni llamada

y la paz en el bolsillo nos sonara

como moneda de gorrión de tarde en tarde,

en soledad,¡ qué  blandos lechos

dibujó el solitario dedo de la noche!

 

 

patio granadino, pequeño y blanco,

claraboya  iridiscente, el filodendro juega

a mover sus sombras despacio.

 

 

 

 

XIX

 

Alas acariciadoras, perfiles huidos

hacia el centro del alma, los ojos ensoñados

y el dulce eco aún en la palabra

del beso sobre tu beso, adornos

de la ternura, de la carne amada.

 

Ya el fulgor la oscura noche lo desarma,

y a los antiguos fantasmas desbarata,

derruidos sus castillos entre sombras,

irrumpe, poderoso,  el rosicler de la mañana,

 

 

Dejadme estar leyendo en su mirada,

volar el alto vuelo del deseo,

sin nada que me importe ni que se acabe,

enteramente entregado a la belleza,

de la palabra por la palabra.

 

 

 

 

 XX ” A J. Brell”

 

Las manos se te han borrado

como herramientas del amor y de los pecados.

 

Noria de tu  amor, noria de tu sangre

que veloz corría en tus venas enredada

 

Ay soledad, qué rastro oscuro deja

el sabor transparente de los puertos.

 

 

todo ha acabado. O todo recomienza

 

Otra vez gira la rueda,

¡tu silencio desbordado,

¡¡ Deprisa, deprisa!!

o mucho más despacio,

¡Gira!, ¡Gira!

 

Recién se ha parado.

 

 

 

 

fin

 

 

 

Madrid 6 de Abril de 2002

 

©TORRES MORENILLA

 

 

 

 

LOS POEMAS DE LA ALHAMBRA

 

 

 

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