José María Torres Morenilla

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

              I 

 

 

¿Saben

 

 las flores oler sus aromas?

 

¿O no lo saben?.

 

 

Como las flores,

 

en primavera abrimos

 

una corola

 

que se había dormido

 

en nuestra sangre

 

¿Quién de nosotros entonces dijo

 

que se lo sabe?

 

¿quién se lo sabe,

 

o  no lo sabe?

 

 

¿Acaso fue saber decirse poeta

 

y en la palabra anticipar abismos?

 

Nadie lo ha dicho, nadie lo sabe.

 

 

Como la flor,

 

no sea más flor,

 

poeta,

 

di: no lo sabes.

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

              II

 

 

¿Qué es más pequeña que una mosca

 

y vuela también?

 

 

Tiene patas, alas, viveza

 

Y vuela también.

 

 

Sobre las cosas se posa, se alisa y se atiesa

 

Y vuela también.

 

 

De tan pequeña que es, casi no es

 

Y vuela también.

 

 

No parece faltarle cierta inteligencia

 

Y vuela también.

 

 

 

                 

 III

 

Me llevarán tus brazos a lo profundo,

 

Me llamarás cercano hacia tu mundo;

 

En esa huella humana estará el lecho

 

En que dormí mis sueños, hace ya mucho.

 

 

Devolverás palabras que conozco

 

parecerá nuevo un sentimiento

 

que de a ti a mí salió, como un tesoro

 

Descubriré lo que de siempre supe,

 

como hace poco.

 

 

Aliento en ti mi fuego más profundo

 

Que en mi cercana voz te llegará como muy fresca,

 

Yo soy tu mar ansiada, sacrificada en olas,

 

Yo soy tu marejada, tu torbellino

 

De la luz,  la sal quemada de tu sombra,

 

y la sombra verde de tu tierra cana.

 

 

Es mi camino

 

La palabra entera.

 

Es mi destino

 

Los brazos anaranjados que con ahínco

 

En mí arrastras un precipicio

 

De ternura,

 

mucho antes de que digas, lo que me has dicho.

 

 

 

 

IV

 

A la calle vienen / a la calle van/

 

Todos los viajeros / de la capital./

 

Suben cacerolas / bajan plexiglás/

 

entre frescos vientos / ya no caben más.

 

Aquí han venido / los que nunca están,/

 

Cada uno lleva / su otro de más, /

 

Platean las aceras / con brillos de paz/

 

Y las pisan niñas, / las llenan de cal, /

 

A estos viveros / de lo elemental/

 

Se asoman los dueños/ de la oscuridad./

 

Y sisea la vida,/ un chiste, no más/

 

Y reímos todos / hasta rotular

 

Un letrero falto / no faltaba más.

 

 

Y si a mí  me gusta / la Calle del Mar,/

 

Me devuelve alas / del país vital/

 

Con sus herramientas / con su pleamar/

 

De calle repleta / me gusta y disgusta/

 

Porque soy fatal/ y si algo asoma/

 

Que no huela mal / lo jodo y reviento/

 

Con malafollá. / Qué lejos se queda/

 

El ruido de allá / manido y añejo/

 

tan sepulcral/. Veniros a mojar/

 

Las bocas sedientas / con la humanidad./

 

Se clarean los cielos / ¡Tan altos los dan!/

 

Y el sol se enrarece/ se muda y se abaja/

 

hasta transitar/ por esta calle misma/

 

de la capital. / Rasco y le levanto/

 

Puñadas de sal: / aquí mijaditas

 

Desde el más allá/ aquí escupitajo

 

de un fresco rosal /que con falsos oros/

 

brilla de verdad.

 

Pasamos y  pasamos,/pasad y pasad/

 

De aquí para allá / pase la sonrisa/

 

De mi general / de mirada tiesa/

 

Pase el triste eral/ con sus campos rubios/

 

Pasen y nos detengan / maldito pisar/

 

En mi pie enfermo/ mientras un sidecar/

 

de cinematografo,/Con su ruido llega/

 

En la esquina abierta / se pone a mear/

 

uno que  ha pasado/ más de lo usual/

 

/ No se cabe ya/Todos son los mismos/

 

y otros volverán, / salen los que entran/

 

para nunca estar /Y hay uno de ellos/

 

al que nunca nombro/

 

                                 Que pongo a cuidar

 

                                 De llenar vacíos

 

                                 Con mismito mar.

 

 

 

 

 

              V

 

 

Hablar por hablar es un deleite,

 

Andar por andar es pasear,

 

Andar y hablar es mirar

 

En todo esto, en que creo,

 

y la mejor forma de estar

 

 

 A ambas cosas dispongo

 

Lejos de un solo vocablo: bondad,

 

Hace ya mucho tiempo

 

Que por mí mismo he sabido

 

Lo que para el hombre medio

 

Tiene el término salvar.

 

 

Por eso, salvo a  mi hombre

 

Con un solo verbo: andar,

 

También le voy a deleitar

 

Con otro verbo muy antiguo: hablar.

 

 

Andándole, andándole veo

 

Que será largo el paseo,

 

Mas no le pararé de hablar,

 

De hablar por hablar, en ello

 

Mi hombre verá un universo

 

Llenado aún de otro verbo: esperar

 

Y al verdadero silencio

 

Andar,

 

andar por andar.

 

 

 

  

 

VI

 

 

Reniego de mi poesía: Nunca me dio un sol que me quemara,

 

Nunca me puso una ribera ancha,

 

Donde bebieran los hombres una palabra buscada:

 

Paz

 

En la guerra íntima de los poetas nacen

 

palabras,

 

Soles bellísimos, cielos muy azules

 

pero la verdadera paz

 

siempre escapa a tanta palabrería bastarda.

 

 

 

             

VII

Después de muchos siglos se mueven rosas diminutas

 

En nuestras manos, un calor insinuado.

 

Después de muchos años nos sigue oliendo el hombre  a yerba,

 

elemental olor que yo no cambio,

 

Yo no cambio la fragilidad de una carne perfumada

 

a tanta menuda cosa al hombre unida:

 

                        Somos el canto

 

De la naturaleza y hasta el mismo sol

 

Tiene dentro del hombre un reguero de luz,

 

un calor suavizado, somnoliento

 

que lo hace al fin amigable pensamiento.

 

Después de muchos siglos el hombre sigue hambriento

 

De verdad,

 

Es éste el gran milagro que nos une a lo natural.

 

 

Un sentimiento vago hacia el hombre

 

Me hace hablar,

 

Y el mismo verbo cuando se hace hombre

 

Es mi cantar,

 

A esas menudas cosas

 

Que con el hombre están

 

Como diminutas rosas

 

Después de muchos siglos de calentar

 

En lo humano y suave

 

La eternidad.

             

 

 

 

 

              VIII

 

 

 

Aquel aire tan denso sólo eras tú.

 

Es imposible decirlo con palabras,

 

Lo invisible huye a cualquier contacto,

 

Está  en un jardín, si quieres,

 

 

Llamándote a su vista y a tu deseo

 

Que el tiempo ha hecho inaccesible.

 

Este ser y no ser no es más que eso,

 

una era inmadura que aún se espera

 

Y en lo inexacto de la dicha, huida,

 

La soledad.

 

 

 

 

IX

 

 

 

Mira cómo gana y baja

 

Por esta acera tu agua.

 

Vira, surge, y se acomoda,

 

Se entrelaza y se allana.

 

Suena como en los regueros

 

desde las largas cascadas;

 

Busca los peines del sol

 

Con sus cabellos de plata.

 

Y se adensa y se acomoda,

 

Se extingue y se sobresalta.

 

Al aire le da frescura

 

Con sonsonetes de latas.

 

Se anuda y se desennuda,

 

Se canta y se desencanta.

 

Se precipita y se hunde,

 

Entre las piedras se enlaza.

 

Mírala qué clara cae.

 

Como un desquiciado corcel

 

En busca de las llanuras anchas,

 

Y cuanta más clara cae

 

Más clara miro tu sed

 

Del agua sobre tu agua.

 

             

 

X

 

 

 

Seguir al río su curso sinuoso,

 

Seguir la claridad del sol sobre las ondas,

 

Los llanos paisajes llenos de arena,

 

Los árboles mojados que en la orilla

 

Reclinan sus hojas y con sus ramas

 

llegan hasta los espejos de los fondos.

 

 

Oler el agua con los fangos vegetales,

 

Su densidad metálica y un pensamiento

 

Limpio, sereno, que da en el aire

 

Y todo lo somete a este lamento

 

Que baja plácido y constante

 

En ese río sereno y en ese valle.

 

 

             

 

             

XI

 

 

 

Mi musita de arrabal,

 

Tiene las orillas de mar,

 

sus ojos verdes son más mar

 

Que el mismo mar al que veo

 

Todos los años quince

 

De todos los meses quince,

 

Quince años le echo,

 

 ni uno más,

 

Y aún la veo mirar

 

Con largos años del mar...

 

 En su fragancia están

 

Todos los tiempos habidos

 

Y aún aquellos por llegar.

 

sus trapichuelos parecen

 

Olas de nunca acabar

 

Y si yo se lo dijera,

 

Como si se lo digo al mar,

 

Seguro se sonrojarías

 

y taparía su beldad

 

Que se asoma entre los rotos

 

Como roto asoma el mar.

 

Si yo no oigo su canto

 

yo No soy poeta ni ná:

 

- Cántame todas las noches

 

Con tu fresco silabear,

 

Cántame con tus quince años,

 

Mi musita de arrabal,

 

Que aún me suenas mejor

 

Que ese mismísimo mar,

 

Que todos los quince pierdo

 

Y tú me lo conservarás.

 

 

 

 

             

XII

 

 

 

Mi verdadero mar es un saliente

 

De la roca en el mar,

 

Una vertiente del mar contra las rocas,

 

y soledad.

 

 

Soledad de un mar sin gente,

 

Un canto que aunque incipiente

 

es el único del mar,

 

muy  insistente.

 

Después  me quedan sus espumas 

 

Que el mar deshace en más mar,

 

más mar que con su peso me empuja

 

Contra el saliente

 

De una tierra muy dura

 

con  muy poca gente,

 

casi ninguna.

 

 

 

 

           

XIII

 

 

Los cascabeleos de mi caballo corren

 

Por el paseo, la sombra alcanzan,

 

Y el repiqueteo de plata de sus hebillas

 

Ruidos de mar me traen entre las latas

 

De las canciones que mal entona

 

Un conductor alegre, desde Sevilla.

 

 

Desde Sevilla vino la mi comadre

 

A refrescar su culo en este aire.

 

Por sevillanas canta, también su madre

 

Cantó muy mal y este compadre

 

Que alegre lleva mi potro por esta calle

 

Que tiene acera de mar, qué mal lo hace.

 

 

Pero qué importa: qué bien suena la mar,

 

Qué bien la potra y su trotar ligero

 

Lleno de olas, con olor muy animal

 

Y ese barullo que por mi cuerpo sube,

 

Mientras sacudo la tan antigua nostalgia

 

Con mar, caballo y brisa: ¡quién mejor supo!.

 

 

 

  

           

XIV

 

 

 

Que detrás de mí todas las cosas en bullicio trabajen

 

            Por detrás y más detrás,

 

Todas las cosas trabajando para que yo

 

            Esté quietecito,

 

Aquí en mi sombra,

 

Y el viento me acaricie

 

Con sus manos llenas de la mar

 

Trabajadora.

 

 

 

 

 

 

XV

 

 

Cuando no se va tu mano de mi mano

 

se cierra el  mundo,

 

            Y a mi me falta algo,

 

ya no soy yo,

 

            y tu dejas de estar del otro lado.

 

 

Si luego vuelve tu mano, tampoco es igual

 

A como lo era antes

 

cuando me diste tu mano.

 

 

 

 

 

            XVI

 

 

A la rueda, rueda, cantan las montañas,

           

El aire las vuela,

 

            Levanta sus faldas,

 

            A la rueda, rueda,

 

            Y sonríen alegres,

 

felicidad es reír,

 

            en  los valles suenan:

 

            a la rueda, rueda.

 

Mientras el mundo gira,

 

y giran las estrellas,

 

a la rueda, rueda.

 

¡vuela!, ¡vuela!

 

 

 

 

        XVII

 

 

A mi sed de su boca el frescor de la yerba mojada.

 

Y este sabor a monte, esta añoranza ,

 

de la ascensión a más  monte por el desfiladero,

 

 el agua cae en cascadas.

 

Sobre el ruido insaciable del agua y de la piedra,

 

un extraño cristal

 

 

 

 

  

            XVIII

 

 

 

Como un mar inmenso,

 

Como el oscuro mar que brilla tenuemente,

 

Como la brisa que de ese mar me llega

 

            junto al olor de la tierra,

 

Con el verdor que el viento mueve en la tierra,

 

Tan seguido a mí como la misma tierra,

 

            Así fuiste para mí.

 

Dentro de mí, un arroyo claro,

 

            El agua,

 

Un baño íntimo del agua,

 

El susurrante correr del agua,

 

la guerra minúscula del agua

 

            en silencio,

 

            casi nada.

 

           

 

             

 

 XVIII

 

Culito mañanero, rosado y fresco,

 

Con sus braguitas blancas y su perfume a helecho,

 

Sentado sobre mi cara, con sus mofletes llenos,

 

Culito de niña rubia, culito nuevo,

 

Auguras un nuevo día, caliente y seco.

 

 

Vestido tan delicado de los vientos mañaneros,

 

Culito de ojos azules que nos miras desde el cielo,

 

Que nunca sabes del mar ni de sus marineros,

 

Que cuando abrimos postigos con que guardamos los sueños,

 

adentras con suavidad tu inacabable riego

 

 

 

 

 

            XIX

 

 

Qué secreto el hilo que a ti me une,

 

Qué oculto a mí su color y su tonsura;

 

Y qué fuerza para tirarme hacia ti.

 

 

Tu ruido intacto de cánticos cultivados

 

De un antiguo ruiseñor en tus bosques ancestrales,

 

tu bosque antiguo y su agua que desciende,

 

Con qué desconocimiento hacia ti me atraes

 

Con tus rincones oscuros y los elegantes vuelos

 

De las cantarinas alondras, el señuelo que brilla

 

Mirándome en los vidrios de tus carmenes

 

Y en la placidez multiverde de la vega.

 

 

 

 

 

José María Torres  Morenilla

 

Madrid 24 de Agosto de 1999

 

 

 

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Inefable Esencia