AYER YA FUE

*

 

 

 


JOSÉ MARÍA TORRES MORENILLA

 



Madrid, Septiembre de 2008

 

 

AYER YA FUE

 

1

 

Amanece con las estrellas recién talladas

La frescura de los vientos, los calores

Del ralo sol que en las esquinas aguarda

Y se nos cae sereno, a trozos,

A llamaradas, mantén tu puerta abierta,

Que cante el día y la magnificencia de la palabra,

Que luego el silencio nos una de verdad,

Y nos subleve el alma.

Yo busco en ti esa mirada

Rajada como luna que se ensancha

En el limpio cielo de tu cama,

Tu desmayo y tu profundo esfuerzo.

Tú, la inmortal fregona, ante los techos,

Bajándote deprisa las enaguas,

La quejosa bestia que se niega,

amontonando sus manos en la desnuda

Carne inmensa que aún intuyo.

Tú, camino en la tierra hacia lo oscuro,

Vergel que presiento y que me embriaga.

 

2

 

Quiero tener tu tono de violáceos rangos,

Quiero mantener en mi aire tus suspiros,

Quiero ser el espejo en que te mires,

Quiero ser la mano que me guíes,

Quiero ser de nuevo el compañero,

El buen amigo que lleve tu equipaje,

Quiero encumbrarte hasta la cima,

Quiero tener tus tesoros y regarte.

Pero antes tu voz, tu dulce acento

Resonando como piedra en el arroyo,

Carnal viento de saliva y sangre,

retomando nuestras viejas amistades.

3

 

Siempre va por delante el grito al dolor,

Siempre se adelanta el eco a lo anunciado,

Y aún antes que la imagen se duplique,

El espejo la entiende enteramente.

La vida siempre gira con retraso.

La puerta que abre el mundo se cierra al revés,

De un portazo nos deja en el escenario

Completamente solos, desnudos y atados.

4

 

Oh mano blanca tan fresca y terrenal

Regándome tan ancha por mi pecho,

Oh fresca esquina de los regazos tibios

De las húmedas manos que han nacido

Más abajo que mis pasos, más hundidos

Que mi espíritu, más de tierra aún que el cuerpo

Bocabajo de mí, entera, o muerta

Como muerta enteramente habitada,

Sus montes, sus cerros y sus chumberas,

Los extraños gritos, a sueltos ecos,

Bajos también, los ruidos

Como piedras lanzadas. Y el silencio.

¿ Dónde darán ahora aquellos gritos?

¿ Las llamadas antiguas, rápidas y hondas?

Ahondadas sus notas sobre mi tierra,

Confundidas entre sí, contra las piedras...

 

5

 

Abríamos los postigos hacia fuera.

Ayer ya fue y no se sostiene aún,

No hemos recibido la noticia nueva

En la alta puerta aporreada por el cartero,

Ni ha rayado la hoja sobre el suelo

Raaaj,

Ni aquella voz contra paredes ¿quién?

Quien no más se fue por siempre

Y me cerró la hermosa calle tan querida,

Tan llena de hojas verdes y de tapias blanquecinas,

El alambre de hilo tendiéndonos la luz

De su débil bombilla entre las sombras.

Ya del todo se derrumban los pasillos

Espetando la mezcla de lo tibio y de lo frío,

La doblez en los suelos, la luz corrida abajo,

La sonante y hueca luz del piso alto,

Subidos con esfuerzo, mientras los pies se arrastran

Hacia el oscuro ojo de la noche a solas.

 

6

 

Ya sé que el azahar ha perdurado

En cualquier objetivo y primavera,

Un dulce colchón de la tierra oscura

Blandea agachado en el jardín,

Si me apuran, en la aturdida tarde,

El último cerro rojo, entre las nubes,

Aún dormita, o se levanta, o muere.

Que si quedan en la tarde estrenada

Oscuras vestiduras azules, cierro los ojos

Y aún paréceme tocar su ausencia,

Con mi avariento halago.

Pero perdura un no sé qué de que ha acabado

Que trato de buscar y que no encuentro

Por más que aquel poste delgado, sobre las tejas

Siga sosteniendo los alambres de la luz,

Y siga intacto el giro y sofocón de mi vecino

Tratando en la terraza de ocultar su trampa.

Y aquellos trabajadores, ¿qué será de ellos?

Siempre bulliciosos, hacia arriba y hacia abajo,

Sobre el tejado, ausentes en sus rutinas.

Todo un hermoso caos entre las ruinas,

Que nos habrá tragado a todos, muy despacio.

 

7

 

En esa hora, el tiempo se expandía como bandera

Hacia el centro de la ciudad y nos dejaba

Solos de soledad recién sacada.

Te colaste como forastera en tu patria chica,

Sin olvidar la sola nota cantaste

En la enorme coral de la columna inmensa.

Voz dura aquella y muy blanca de la cal,

Sobre la enrojecida palidez de los mármoles

En la gran partida de ajedrez de sus jardines.

Allí, lejanamente, podían oírse campanas,

pisándose entre ellas, algunas más cercanas,

Llegar de bote en bote,

sobre las casas bajas,

y qué..

¿ Qué es la magnificencia de todo lo creado

Ante la mayor de lo increable?

Si un poema no se contiene en sí

Y se rebaja y llega al siguiente rellano

Por decir y maldecir de la suerte humana

¿Quién pondrá ventanas al sol o emparrilladas?

¿Quién ata y sostiene las escaleras altas de la luz?

¿ Y qué será el sol ante el gran patio?

 

8

 

Alerta corazón, la buena yerba crece silenciosa

El almocafre en los surcos, las ramitas que sobran

Entre los gruesos dedos, terregosos y tiernos.

La semilla se adentra familiar y antigua

Ayudada por la mano tan primera,

Cuando el reloj exacto de los cielos toca

Las trece en punto, mediodía terrenal y profunda queda

Una huerta inexplorada todavía, y misteriosa

Cruzada por las vides y las higueras bajas,

Próxima, pero poquito más lejana cada día.

Entera y oscura.

 

9

 

Los pasillos nos unen,

Claroscuros, rectos,

Desde un lado hacia otro,

Por la mano invisible,

De manera impensada.

Sentimiento geométrico,

Desde arriba hacia abajo,

Cruz traspasada,

Sin horizontes abiertos,

Pero encerrados en ellos

A no ser

Espacio habitable,

siempre de paso,

Y siempre quieto.

Las manos redondas os derribaron

Y amontonaron en vosotros las paredes,

Y luego enteramente os taparon

Aquella luz, agradecida entonces,

Siempre discreta y apagada,

Con veloces dibujos insinuados,

Hacia los rincones.

Ya no sois manos ni llamadas,

Ya no acudís al momento como fieles,

Ya no os zahieren mis pisadas,

Ya no sois allegadas

Ni palpables como entonces.

Ni luz sosegada, apenas atravesada

Por corrientes entre la calle

Y el patio,

Donde la casa respiraba

Los mundos habitados.

 

10

 

Se hizo viejo el siglo y aún debemos

Nada menos que un siglo para rejuvenecer.

El patio cuadriculado en sus rejas

O las simétricas baldosas de la iglesia.

El tiempo lo hemos bebido y nos devora

Las entrañas como un vino añejo.

Nos asimila y nos enseña el fondo del tamiz.

Los paisajes quedaron como hermosos cuadros

En cuyas telas se adivinan las líneas del destino:

Ser para hundirnos plenamente en la existencia;

Las pequeñas rebeldías de entonces se cumplieron;

En la pacífica lucha del paisaje

El cuadrado límite del suelo y del techo,

Aún sin color describe una diferencia,

O tal vez diga tan solo: somos iguales,

Tal vez todos nosotros fuimos iguales,

Por esto tratamos en nosotros de cambiarnos

Para diferenciarnos de nosotros mismos.

Y volvemos a los paisajes aún no derribados

Húmedos como la tarde negra de los gatos

Sobre los tejados y luminosos como el día

Que se atraviesa en el ajedrez del Sagrario

De espacios simétricos, cuadriculados,

Atravesados por un viento de entonces

Que ha sido por el tiempo atravesado.

 

11

 

¡Tanto tiempo de vuelta de ti!

Tanto sufrir y amarte y esperarte,

Tanto deseo incumplido, tanta la ausencia

Siempre la dicha alta volando en las palomas,

Siempre lo bello esquivo e intocable.

¿ Quién eres en esa cuesta húmeda

donde el agua se precipita pareciendo

más un canal de estercoleros que una fuente?

¿ Quién eres beldad inconmensurable tras ese rostro

inexpresivo y gordo, tu sosería insentida,

precipitada al fondo, estancándolo?

¿ Qué de tu mano tan bien cantada

y sin embargo simplemente ocupada

en los oficios más ordinarios?

¿ Cómo puede una tierra tantas veces oscura

haberse llenado en mí de esta manera?

¿ Qué es una tierra sino simple tierra?

Oh tormento del alma siempre el amor,

la idea única recomiendo el cerebro, despacito.

Después de tanto tiempo empiezo nuevo,

Corriendo por tus calles, llenándome en tu aire,

Como en un beso, tu aroma.

Llevándome contigo, hacia mí mismo.

Ese silencio tan bien hallado,

Casi en lo oscuro, desdibujado el rostro;

Ese apartado en los recreos chillones,

Mientras produce el pensamiento un hito,

Y tejemos la armonía del hombre.

Tanto tiempo en ti, en un principio, solos,

Que al separarme,

Aún me quedo más en ti,

Y es lo que me separa lo que me atrae.

Es tan fuerte este lazo, tanto su vicio

Que sabiéndome preso, quiero su cárcel,

Y derribo los barrotes pero hacia adentro,

Hacia ti, a ese espacio donde acabemos solos.

Aún veo al sol darte de frente,

Aquel dorado candil sobre la acera,

La guitarra vieja, con su cristal sonando,

Muñequillos que bailan con los niños,

La tibia estera caliente en el jardín,

La mano nervuda y morena,

Los ágiles dedos, rasgando

Las cristalinas cuerdas, secos sonidos.

Tu sol de antiguo, qué bien lo sabes,

También me sé distinto a tantas cosas

Que acabo sabiéndome tuyo en lo que ignoran,

Porque antes que nada siempre hubo Dios

Y después de nada fuimos nosotros.

 

12

 

La cristalina y densa agua de tus fríos

Montes, encumbrados y bermejos.

Demasiado el ruido de tu agua en mi cabeza,

Y caminos de agua limpia dentro de mí,

Haciéndome espacios, digámoslos hermosos.

Tú, la encumbrada, siempre en tu juego

De ser y de no estar, de estar no siendo.

 

13

 

Clámides de los árboles sobre el ruido de la acequia,

Se soliviantan, o son solamente aire,

Aire a nuestro paso, en los pulmones,

Y luego en la sangre y en la mirada: aire

Aire que en la tierra se echa como madre,

Por sus ruidosas y sus redondas bocas,

Alientos de los barros y de la yerba,

Caminos de la carne,

Aroma de lo hundido en las sodomas,

Solamente árbol o solamente aire.

Aún quedan, tornasoles,

Sus vestiduras, inaccesibles,

Su lejana esencia con vocación de cumbres,

Solaz de los pájaros y de los soñadores,

Luego, el rutinario espacio en otros sitios

Que vomitan sus podridas aguas,

Hoy seguramente acallados el bajo ruido

Del oscuro vientre de la fábrica,

Las correas del molino, y las trazas de los trigos

aventados,

Cuánto han tardado en dejaros de camino,

Tan convencionalmente paseado.

Vosotros los ruidosos,

Los de las bocas abiertas en los feroces huecos,

Arrastrados hacia los fondos

Los inocentes niños devorados.

 

14

 

Andalucía llevada

Por los hermosos paseos de las palmeras.

Ola de la mar alzada, llena de sal,

Y de sudor cantada por los poetas negros.

La huida al cobertizo de la historia

Completamente enamorada,

Amiga entrañable del estrecho paisaje.

Abrazo de la carne y de la sangre.

Boca besada con aprieto, huida

Hacia el fondo del alma, encontrada

Como un hermoso vergel, como un desierto

Partida en sí misma. Atalaya

De las frentes y de las manos. Insuperable

En su cálida allegada de las aguas.

Luz del caminante solitario, siempre vecina

A mano siempre de lo solidario.

 

15

 

La voz del sur qué bien me llama

Y me atrae blanda y seguida,

Qué tibia su mirada, qué hondo su paso

Dentro de mí, cómo me salen las ganas

De vivir entre su gente, qué bien la sangre

Con su clámide insinuado, su amor

De piedra y de agua, de sol,

El reguero de sus casas, y de sus sombras

Entre el cálido cobijo de sus gentes.

Yo soy del Sur,

Andaluz.

 

16

 

La carne es fugaz y sin embargo queda,

Paso de un día, repetida, nueva,

Las mismas sonrisas y separarse el pelo.

Todo es lo mismo y casi siempre único.

El tiempo es un juego

Que nos lleva prendidos a lo más absurdo.

La carne es fugaz pero su luz nos duele

Y nos hincha las venas, nos satura agridulce,

Con su arrullo nos llama al infinito lecho

Blanco y relajante, hundido el cielo,

Y, entregados, se entrega con rapidez y vehemencia.

Siempre llegamos nuevos y hemos cambiado siempre,

Nos recibe día a día, aún con sabor a nada,

Para caer a plomo, próximamente, en poco,

Un soplo en los ojos, la luz

De un espejo decolorido. Grises los humos,

Sobre los falsos llantos.

La carne nos somete y nos estanca,

Nos penaliza el alma y duerme al niño,

Nos lleva a ese lugar oscuro de lo putrefacto

Con su hedor a bodega y su reconocido abismo.

 

17

 

Aún la vida se yergue y se me abre

Y en la cristalina cara azul del cielo

Choca conmigo la humilde fuentecilla

De un río escondido. Aún da el aire

Sobre mi rostro y apenas se enfría, otro aire

Más auténtico y fluido me limpia el alma

Y la eterniza.

Los ruidillos se hacen silencio

O el silencio escasamente se agita.

Ahí me quedo y me limpia el sol,

Dentro de mí me ensancho, aún la vida

Tiene para mí un rincón divino:

Hecho de pocas cosas, clarificado, cima

De la poca altura,

Aún la soledad acompaña, aún me anima

A solamente estar

Mi día a día.

Qué grande es dar

Y encontrarte amada

 

18

 

¡ Oh campo humanizado lleno de lunas!

Oh romero derramado desde tu oscuro pelo,

Soneto de la carne, uncida aurora

A tu cuello prendido. Quién fuera ahora

Entre tus suaves delantales, a toda prisa,

Amor que amor desata y parece huido,

Y te levanta en mil volandas, aires te traigo

De más de acá, lleno de penas, olas

Del mar amargo, lleno de risas, rocas

Por las manos atadas, brillante estela de un rocío sembrado,

Para tu hermoso pie desnudo. No me desaires,

Oye mi rugido íntimo en que me muero loco,

Oscura luz de mi oscuro sentido, abre tu lanza

Como un manantial de abrazos, riega sin tino,

Unicidad evocada desde lo más remoto

Y desde lo más antiguo,

Unicidad diversa, agua que me une y que me llena,

Levedad del ser, columna fresca, luz saturada,

Ripio de mi vida, alondra de mi escarcha,

Camino que atravieso indemne, sacrificio

Del que muere poro a poro. Vicio

De la voz. Eternidad adornada, hembra

Y suplicio.

 

19

 

Una enorme cruz de piedra vieja

Rudamente me abría sus brazos y el corazón

Repartía entre el cielo y la tierra granadina.

Era el hermoso aire que traía

Collares de guirnaldas, al paso de la memoria,

De un cortejo amoroso de danzantes...

 

FIN

 

 

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©Torres Morenilla