LAS TAPIAS
en memoria de José Ángel Valente
El final de estos poemas coincidió con su muerte
Tu voz ya es musgo oscuro,
Cenicientos líquenes, roca asolada,
Tu voz ya grisácea piedra, luz evanescente,
Agrietada luna, cerúleo pozo, agua
Del todo hundida y humidificada,
Llovida sobre ti, rota, el arpegio
Insonoro de las últimas luces, el indeleble hilo
Que nos lleva espaciosamente a la nada.
Oh, todas tus duras palabras extendidas ahora,
Como un vasto campo al implacable sol,
Y a la luz heridora y pegajosa del verano,
Si acaso como sombra evanescente del verde perfume
A incienso de los cipreses y llamaradas silenciosas del cielo,
Sobre todas tus palabras antiguas, alineadas,
Jardinero del pensamiento,
¿De quiénes fuimos hijos? ¿ A quiénes vamos,
Siempre a despropósito y en atronados tiempos?
Qué falta de voces y de otras manos,
Qué falta de palabras acompañadas,
Más duro el tiempo de cerviz nos deja
Y nos sepulta luego, para morirnos a trozos
O para sentir la pesada carga del vacío,
En la soledad acumulada.
Si ya tu boca inquina en cal,
Si tus dormidos dedos se cierran como herrajes
Y aprietas mundos y entierras sus prisiones,
Si ya cerrada enteramente la ventana
Que abría a los increíbles azules el paisaje,
Te vuelves mudo y una mirada blanca,
Aturdida,
Se acompaña de multitudes silenciosas,
Expectantes, como relieves de las tapias,
El sordo eco de los espejos atravesados,
Por indelebles rayos insonoros, la llamarada
Fría del polvo sedimentado, el aleteo
Inexplicable de los vientos extraños.
Fue siempre más completo el deseo,
En la frontera aturdida del recuerdo,
Más perfecto el corazón, quietas las manos,
Un quejido siempre insinuado,
Aún dormidos tus ojos qué bello el sueño
Que pudo ser entonces y ahora
Abre palacios inmensos y compañías,
O solos,
Un nudo de abrazos y de manos,
Un nudo de besos y de caricias,
Los roces de las carnes que se encuentran,
El regusto de amor con que se escribe el alma,
La sed de ser suyos, la alegría
Que amanece ruidosa y bulle en la mañana,
La frescura que alcanza a las ondas sonoras
Y acompaña a la vida y la serena y la aclama.
O todo tuyo ya, todo de vuelta
El mundo se anquilosa en rutinarias horas
Y el vientre de la tierra respira honduras
Y nos calienta a todos con sus veces
Y nos inquieta con el ejercicio eterno
De la duda, pero prosigue madre
Y parirá más mundos, cada vez más otros
Y nos dejará a todos a ras de tierra,
Como hoyos del aire,
Como suspiros cortos, algo elevados
Nunca del todo acabados, tal vez el silencio
- No es del todo cierto que sea su llanto-
Ni la frialdad del vacío, ni el hedor de las herrumbres,
Ni las corroídas estelas, ni los oxidados hollines,
En las vidrieras rotas, contra las vallas
El silencio machacón con que golpean
Unas puertas olvidadas, tan sin sentido abiertas.
A pleno cielo una ciudad tan quieta
Habría de sorprender al forastero,
O inquietar al menos la siempre hábil poesía,
Oficio de extranjeros,
Pero no, se alumbra el aire blanco entre las cúpulas
Aguzadas de los templos
Y se abajan los jardines muy cuidados
Y se ennegrecen con más intensidad las oscuras verjas,
Pero este reposo en nada se ha inquietado
Y en nada se parece a alguno de tus versos.
De ti, roca deforme, salió lo limpio
Y esta mañana contra ti, en corriente,
Un viento fresco totalmente distinto
Como un suave pañuelo me acaricia
Desde su mano de mujer nocturna.
Contra ti, la soledad de pronto solivianta
Una batalla íntima y secreta,
Un dolor del todo in sentido, la soledad
Esta antigua locura de ser roca,
De estar tirado al menos en los extensos
Campos del tiempo, como figura rota,
Como cedazo, como improperio,
Llevado de un mar tan seco, estar tan lleno
De la áspera sal, en el oscuro cuenco
De los intransitados universos,
Contra ti las tenues rosas, ya cristal,
Ya polvos rosas, ya figuras retorcidas,
Esbozos de fragancias y sutilezas idas,
Erguidas, agarrotadas, todavía sublimes,
Todavía condescendientes, todavía intuyen
Un halo respirable de ironía.
Contra ti el silencio y el desprecio juntos,
No ser de nadie,
Quedar de nuevo erguido como un duro paisaje
De las tapias grises contra tu tallo muerto,
Aunque siguen verdes sus senderos
Y secretos e íntimos sus caminos,
Y una corriente de agua interna
Aún con ellos permanece y les dé vida.
Contra ti, a puñados, sordas batallas,
Sorda sed de amor y de regalos,
Sorda necesidad de abrir la vena
Y regalar indecorosamente nuestra vida,
Este tormento de no ser, de no dar, de callar,
Esta horrible siembra de silencio
O esa rosa al fin, ya moribunda,
Rosa de papelillos, transparente,
Ironía de los rosales, último quiebro,
Abrir también en soledad mañanas,
Traer los vientos frescos con vocación de estrellas,
Por todos los rincones del jardín
Y la serena agua clara de la musa
La bella constelación de la palabra.
Contra ti, roca deforme, de increíbles grises
Y porosidades inauditas, fractales formas
De nuevas armonías, repetidas luego
Y sequedades
Que de ti arrancan un nuevo cielo.
Detrás del gran vacío de las tinajas
La bella dulcinea duerme desnuda
Su vientre rosa y oscuro
Perfumado, sus redondos pechos
En los que besar caricias, halago
De la profunda boca, los deseos de quilla
Y el ritmo de la hoz, bajo la manta gris
De la alta mar tendida
Al perezoso sol del verano.
La solitaria flor cohabita
Detrás de las paredes, en ventanucos
Asomada a las rústicas panzas grises,
Henchida como voces detenidas,
Hundida en su interior,
Los grandes pasos perdidos en el espacio
Como un mundo vacío, en los corrales
De los deseos in saciados,
Mientras los molinos transparentes giran
Sus perdidos brazos.
Sueños rotos de sus manos,
Ocultada la huella del deseo,
Del mundo interno increado,
Jamás será creado,
Paralelo, evanescencia de la edad,
Fresca alameda
Que los vientos menean
En los rincones del pueblo, la sequedad.
Sólo los pasos sobre las antiguas huellas,
Sólo los pasos sobre los pasos, soledad
Del aire sin compañía del río,
Ni resbalar por las suaves piedras
De las tiernas aguas.
Ya humo gris, el cuenco oscuro de tus perdidas manos
En la noche de la que surge la flor blanca,
Tu ancho perfume y la cercana roca
Todavía tibia, todavía humanizada
Y la palabra que por ti ascendió
Como una hermosa enredadera verde,
Como una ventana por la que corren
Los frescos aires de la poesía parada
En el camino hacia las raíces.
Oh brazo de la mar echado conmigo,
Dormido en mi almohada, golpea
Con rítmico pulso el dulce jadeo
De los cuerpos amantes, el fértil riego
De los hijos nuevos, todavía por nacer,
Cuando al pasado volvemos los ojos perezosos
Y nuestros brazos abrazándonos con fuerza
Sin encontrarnos del todo.
Y muertos los abrazos, los ruidos quietos,
Sobre los polvos y los olvidos
Del hermoso paseo de los cipreses
Hacia la alta noche intransitada,
La gran distancia se ensancha al infinito,
¿Qué dice la voz a los cerebros deshechos?
¿Qué hará surgir la dulce mueca de la ironía?
Ya que apagados los deseos de amar
Amor queda de único viviente, desolado
En el paisaje incorrupto de la nada.
Tal vez rolando la suave frialdad...
Y rotos los labios, todas tus palabras fueron
Ritmos que han huido, el nuevo traje
Conque se viste el hombre, sólo de cal,
El ejército invisible, poblado de ausentes,
Tierra simétrica, derribos.
De la sutil arquitectura de la rosa,
En las pálidas evanescencias de la piedra,
Acompañada de nombres anónimos,
Ya sus pasos, nuestros pasos,
y las abandonadas partituras
Que el viento hizo volar y que maltrata
Detrás de nosotros,
A viento únicamente suenan,
En la frontera de las blancas tapias.
Qué bello aún el terciopelo del crepúsculo,
La carraspera del mundo de la ignorancia,
El arpegio melodioso, el vaivén de las aguas
Indecisas, en el aire, el áspero perfume
De la tierra y los vegetales, el humo
En que se desvanecen las formas gaseosas
Y los silenciosos montes oscurecidos
Que endurece la mano fría del amanecer,
Las palabras que se han dicho, los recuerdos
Qué cerca y vivos todavía, qué belleza discontinua
De la forma, hasta la sábana
Que nos hunde en el sueño
Y su inconsistente e irracional solución.
A las nubes más nubes, sus ruidos blancos
Dibujando zigzags de azules rápidos,
A la dorada tierra, el sol dorado
Aún caliente el pan gris del verano,
Todavía encendidos los alamares de los álamos,
A las puertas de la tierra,
Las esquivas sombras de los indelebles llanos...
Todo llena ya, todo acaba
Con las vivas prisas de la consunción
Hacia el puro invierno
Y el oscuro cuenco de la mano fría,
Hacia un deshecho paisaje, descarnado.
Oh voces de las bocas huecas
Sonando vacías en corales mágicas.
Oh murmullos de la nada devorando
Al mundo en su limpieza total,
Borrón y cuenta nueva de la sabiduría,
Tan a ras de la torpeza y el desvarío,
Oh macabra danza de espectrales nupcias,
De abominables nuncios e irónicos conclusos,
En la mágica coloría de los cambiantes
Y el infinito regalando grandeza a la maravilla
De los pasos perdidos hacia la muerte.
La tierra de la belleza henchida
Se entrega lujuriosa mientras los dientes
Del invierno rechinan gustosos
Por el inverso placer de desnudar sus huesos
Y saborear el último paisaje.
Tramoya colgada de las gruesas cuerdas,
Los aplausos siempre como falsos
Quedaron flotando sobre las sillas vacías,
En el oscuro murmullo del silencio,
Entre la alta cúpula de los escenarios
Siempre más altos se cuelgan los desvanes
Y los vestidos de cualquiera a poner
Y las palabras de cualquiera a declamar
¿Y la música, tan del lado del corazón siempre,
Que acaba repetida?
Los elementos naturales chocan entre ellos
Solamente absurdos
Al estilo de la poesía,
Si hacia fuera la gran constelación derribada
Se ensancha al infinito,
Hacia adentro
Todavía un nudo de deseo intuye perfecciones,
Como un bello rostro descubierto
Dormido bajo los guiños del sol,
Como los grandes ríos profundos
Que vivifican interiormente la tierra,
Como el espeso campo de las expresiones
Y la mágica teoría de las probabilidades,
En el cerrado campo de la ciudad;
Porque unas bellas facciones hay que saberlas,
Vivirlas desde niño
Para entender de lejos que el solar
Quemado por el sol entre las tapias
Es un fresco jeroglífico de amor y de agua,
Con grandes bosques y rincones apacibles.
Por qué no dar la mano
A quienes de siempre sufrieron
Y acariciar sus nombres incorruptos
Si es verdad que ahora son piedra
Y ya no sufren
Y dan a los paisajes un eco gris
Y un sentido atenuado a la poesía
Y una dureza enteramente libre
Al entendimiento.
De ti vestida la palabra
Aún se oye discurrir el agua;
A los jardines llega tu fresca boca,
Y por las piedras oscuramente brilla
Tu honda mirada,
Senderos rojos tapiados,
Bajo los altos palacios
Y los bosques olvidados, por grandiosos.
Un extraño misterio de los límites,
Un presente mundo detrás de todo,
Opuesto y reversible,
Acompañando al éxtasis de la vida,
Caminar por los senderos rotos
A los antiguos pozos de la poesía,
Beber las oscuras fuentes llenas de brillos.
Iluminar calientes las estrellas,
¡ Toda la inmensa bóveda encendida!
De la que nacerán colores de memoria
Y los antiguos sabores regustados,
Como nuevos,
Como hilos de recuerdos,
Como radiantes caminos hacia los hombres.
Ya de aquel río sólo palabras,
Palabras como bosques,
Rostros de palabras que han hablado,
Carnes enamoradas,
Los altos pensamientos hacia lo eterno,
Una esquina que vira bajo el monte,
Curva insinuada hacia lo oculto,
Que sentimos respirar con ritmos
Y nos sobre mira expectante,
Quizá el futuro de los poetas,
O quizá la poesía actual antes del uso,
O quizá la continuación, presente,
Del mundo repetido en la tramoya,
Las mismas voces y los sentimientos,
Las mismas palabras y sus silencios,
Los cristalinos silencios do condensan
Los corazones sus fuertes nudos
Y luego la expresión,
Ese paseo del mundo acompañado
Que se hace río y su fluir
Hacia los vientres humanos,
Lleno de amores y de ternuras,
De suaves caricias por sus versos
Y una sed poderosa recrecida
Que por más beber con más sentido
Renace nueva y hermosamente deseada,
La poesía.
Tu voz ya es oro oscuro,
Ocre segmento, rajado barro,
Tu voz ya es noche y con amor la entregas,
Tu voz es de la poesía y de las estrellas,
Transparente y muda,
Perfiles quietos, anudadas nubes, antiguo eco
De los hundidos pozos, pisoteada o rota,
Tu hueco sonido tras los timbrados
Pasos, hacia el infinito.
Madrid, 18 de Julio de 2000
***
2000 © José María Torres Morenilla